viernes, 30 de diciembre de 2011

El cuento: origen y desarrollo (105) por Roberto Brey

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La nueva literatura hispano americana

Es bueno recordar que las clases populares, hasta bien alcanzada la segunda mitad del siglo eran totalmente analfabetas. Sólo algunos sectores de la incipiente burguesía de las ciudades empezaba a tener rudimentos culturales, que le permitían acceder a los periódicos que, a mitad de siglo, comenzaban a desarrollarse gracias a los avances técnicos que iban llegando de Europa. Es en esos primeros diarios y periódicos donde los escritores publican sus trabajos y empiezan a ser conocidos fuera de los reducidos núcleos intelectuales de entonces, por supuesto, sin llegar a tener todavía difusión masiva. Téngase en cuenta que obras fundamentales de la novelística americana como “El periquillo Sarniento”, publicada en periódicos mexicanos en 1816 (ver capítulo 62), sólo es editada en libro un siglo después, algo que ocurre con muchos poetas y escritores de toda América.

A medida que avanza la producción periodística los escritores empiezan a publicar en ellos folletines, al igual que artículos y cuadros de costumbres, relatos cortos, ensayos y poesías que son los que predominan, y sólo mucho después los mejores, o los que se consideren más exitosos, serán editados en libros.

Como dice Zanetti: “Para escribir sus novelas los autores siguen los modelos románticos y sólo hacia la última década del siglo –cuando hay ya una fuerte burguesía consumidora- se concreta el apogeo de la novela realista y una actitud de crítica social mayor, que coincide en algunos sectores con el conocimiento de las teorías del naturalismo”.



El cuento

Para el profesor Javier Hernández Gil, el cuento no existe en América hasta la aparición del Romanticismo. Si bien señala como los primeros a los “Cuentos orientales”, que el cubano José María de Heredia publicó en su revista “Miscelania” entre 1830 y 1832; él mismo aclara que fueron publicados sin firma y que probablemente eran traducciones de sus lecturas de románticos europeos.

Casi a desgano señala como el primero a “El matadero” de Esteban Echeverría, del que hay que tener en cuenta que si bien fue escrito en 1938, se publicó en 1871. (Ver capítulo 64.) Menciona entre los primeros cultivadores del cuento a Pedro José Morillas (“El ranchador”, publicado en 1856 en la revista La piragua, pero concebido entre 1838/39), Juan Montalvo (1832-1889) (“Gaspar Blondin”), Juana Manuela Gorriti (“Sueños y realidades”), José María Roa Bárcena (“Lanchitas”), Ricardo Palma (“Tradiciones peruanas”) y Eduardo Wilde (“Aguas abajo”)

Según Jorge e Isabel Castellanos autores de un interesante trabajo sobre la literatura afrocubana (Miami 1994):

“…el cuento cubano procede directamente del cuadro de costumbres, que se desarrolla desde fines del siglo XVIII en la prensa habanera, ya en el Papel Periódico (1790) ya en El Regañón (1800), con los artículos de un Manuel Zequeira, en el primero, o un Buenaventura Pascual Ferrer, en el segundo. Al principio el costumbrismo se limita a breves trabajos en prosa de tono satírico e intención recreativa sobre los usos, costumbres y tipos humanos representativos de la sociedad criolla. Con el andar del tiempo, al mero retrato se le añade a ratos una acción rudimentaria. Y, por fin, este elemento se intensifica e independiza hasta dar a luz al cuento propiamente dicho. Este fenómeno ocurrió en la década del '30 del siglo XIX con obras narrativas breves tales como Una Pascua en San Marcos de Ramón de Palma, El Ranchador de Pedro José Morillas y El Niño Fernando de Félix Tanco”.

Los estudiosos destacan que el negro aparece desde los inicios de la narrativa corta. Y si en el cuento de Palma lo hace en forma secundaria, en el caso de Morillas y de Tanco, el esclavo desempeña papel central en la obra y los autores manifiestan una actitud abolicionista. Y justamente en el siglo XIX en Cuba se produce la mayor expansión esclavista.

“Con curiosa perversidad dialéctica, muchos de los acontecimientos históricos que, desde atrás, venían empujando hacia el desarrollo de la infame institución, también favorecían el florecimiento del abolicionismo en la Isla. La Revolución Francesa desató la conflagración haitiana y, como consecuencia, el rápido incremento de la industria azucarera y de la esclavitud en el país, más a la vez, su ideología igualitaria y democratizante influyó en amplios sectores de la opinión pública cubana, reforzando los criterios antiesclavistas ya existentes en diversas capas de la población. La independencia de Estados Unidos desplazó el centro de gravedad económico de Cuba, que de la lejana España pasaba a la vecina república. Se abrió así la puerta de un riquísimo mercado para los artículos agrícolas cubanos y aumentó el número de esclavos necesario para producirlos. Pero, al mismo tiempo, la abolición de la trata en Norteamérica devino ejemplo cercano y vivo que los partidarios insulares de una reforma similar podían aducir como prueba de que el fin del comercio negrero no conducía necesariamente a la ruina del país y ni siquiera a la inmediata abolición de la esclavitud. La revolución industrial aumentó violentamente la capacidad productiva de los ingenios cubanos y la demanda de mano de obra servil, pero poco a poco incrementó también el número de trabajadores libres en las fábricas y disminuyó el de esclavos necesarios para moverlas, convirtiéndose así en un factor abolicionista más”.

Jorge e Isabel Castellanos (Ediciones Universal, Miami 1994)

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