viernes, 6 de enero de 2012

El cuento: origen y desarrollo (106) por Roberto Brey


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Primeros escritores hispanoamericanos

Ramón de Palma (1812-1860) nació en La Habana, siguiendo la tradición familiar se recibió de abogado y, según sus biógrafos, las privaciones en su juventud le dieron un carácter melancólico y sombrío. Periodista, dramaturgo, novelista y poeta, en 1842 publica su primer libro de poesías, “Aves de paso”. Sus ideas y acciones a favor de la libertad de Cuba lo llevaron a la prisión al final de su vida.

Es su relato breve Una Pascua en San Marcos, al decir del crítico Alfonso Fornet, De Palma muestra uno de los extremos de la pirámide social, el mundo blanco, retratando a un “parásito inescrupuloso y engreído (...) trasunto literario de una realidad histórica, no sólo la representación sino el destino de su clase. Mientras que con El Ranchador de Morillas -dice- la crueldad y la violencia irrumpen en nuestra narrativa”. En este caso es la muestra del otro extremo de la pirámide, el mundo negro.

Pedro José Morillas (1803-1881). Nacido en Santo Domingo en 1803, muy joven se trasladó a Cuba, y en La Habana se hizo abogado y fue catedrático de la Universidad. Dejó algunas notas sobre los últimos años que pasó en Santo Domingo, que fueron insertadas por Antonio Del Monte y Tejada (1783-1861) en su Historia de Santo Domingo. En La Habana publicó en 1847, “Breve tratado de Derecho Administrativo español, general del reino y especial de la Isla de Cuba”, que se reimprimió corregido en 1865. Volvió a Santo Domingo en 1861, con motivo de la re anexión a España y tradujo y adaptó el Código Civil francés, que regía en Santo Domingo sin haberse vertido al español.

La importancia para profundizar en los orígenes de la literatura centroamericana de las narraciones breves: “Una pascua en San Marcos” de Ramón de Palma y “El Ranchador” de Pedro José Morillas, la marca una reciente edición crítica, donde el académico cubano Roberto Méndez Martínez, en la presentación de la edición, se pregunta: “¿Por qué dar a la luz con tanto cuidado estas obras de parcos valores estéticos, que están lejos de anunciar los méritos de nuestra novelística mayor?” Él mismo contesta: “porque son valiosísimos documentos para conocer el pensamiento y la conducta de un sector de la sociedad de aquel siglo, al menos, la del Occidente azucarero de la Isla y con ella, algunos de los conflictos que marcarían nuestra cultura de manera singular. A la vez, son piezas clave para el estudio de lo que podría llamarse la protohistoria de la narrativa cubana”.

Para él, Morillas había realizado “obras mediocres”, y explica: “…este misterioso autor entra en nuestras letras únicamente por los valores de El Ranchador”.

Dice Méndez Martínez:

El escritor ofrece sus doncellas inocentes hasta la tontería, sus galanes superficiales y botarates, sus propietarios que dividen el tiempo entre el juego, el galanteo y los proyectos de ascenso social, mientras que el horror está a las puertas. Cuando alguien hace violencia a la niña Aurora, es muy sencillo culpar a los negros y el autor escribe sucintamente: “y no se perdonó ninguna clase de medios para descubrir el agresor”, es decir, mientras los visitantes continúan su aventura folletinesca, a sus espaldas, el cepo, el bocabajo y otras torturas, ponen el verdadero sabor de época, ese que Morillas en su relato concibe como una maldición: para él los negros apalencados son a la vez bestias y víctimas y otro tanto son los ranchadores, porque toda la sociedad está marcada por ese estigma: la misma naturaleza de los cafetales sembrados al modo racionalista, con sus estatuas, fuentes y lagunas con esquifes, es la que presencia la cacería enloquecida de hombres y los incendios que reducen a cenizas cualquier ilusión de libertad. Estas dos novelas deben leerse así, como un diálogo imposible entre la sociedad que se ve y cuya falsedad la convierte en galería de esperpentos y la que se oculta, porque lleva en su interior los gérmenes de la disolución de una época: el salón y el palenque, el galán y el ranchador, el piano y el machete, la laguna de Anfitrite propicia para los amantes y el valle donde se asesina a mansalva”.

En el siglo XIX el abolicionismo se erige como tema literario. Varios novelistas cubanos trataron el tema de lo que denominaban «institución abominable». Ponían énfasis en los vicios de la clase esclavista, en la nobleza del esclavo y la inhumanidad del esclavista. Era una forma de hacer conocer las relaciones sociales imperantes, las verdaderas relaciones entre amos y esclavos.

A los ya mencionados se suma Félix Tanco Bosmeniel (Bogotá, 1797- Estados Unidos, 1871). Muy joven se trasladó con su familia a Cuba, amigo de Domingo del Monte. En 1844 estuvo encarcelado por abolicionista. Colaboró en numerosas publicaciones periódicas. En 1838 escribió su novela corta "Petrona y Rosalía" de tema antiesclavista, que integraba una serie de cuadros de costumbres cuyo conjunto llevaría el titulo "Escenas de la vida privada en la isla de Cuba", hoy extraviados. “El niño Fernando” es parte de esa trama: “el hijo de familia caprichoso, inmoral e improductivo…” En 1869 se trasladó a Nueva York.

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